martes, octubre 24, 2006

Hambre.

Hoy os hablaré de un momento de mi vida en el que creo haber pasado hambre. Por supuesto no esa hambre que, según las estadísticas más fiables, provoca la muerte de 8 millones de personas al año. Según la FAO, 800 millones de personas pasan hambre en el mundo.
Dicen que el hambre aparece 16 horas después de la última comida, más o menos. Dicen que puede causar dolor de estómago. Dicen que causa la muerte. Lo mío no fue tan grave.
Sucedió cuando realizaba el servicio militar, por entonces obligatorio. Durante el periodo de instrucción los soldados estaban obligados a comer el rancho diario. Pasado ese periodo, la gente prefería comer, pagando, en la cantina. A mí me costó acostumbrarme a esa comida tanto que durante los primeros 3 días no comí nada.
Estando de cuartelero en la puerta del barracón, un compañero veterano se preparó un apetitoso bocadillo de queso. Durante el proceso, un trozo del producto lácteo fue a parar al suelo. Cuando el soldado se fue recogí el trozo y me lo comí.
Creo que era hambre. No me dolía el estómago, pero de no haber tenido hambre no hubiera cogido el trozo de queso del suelo. Desde ese momento empecé a comer en el comedor con todos los reclutas.
El hambre no solo causa la muerte. También provoca movimientos migratorios. Es el verdadero efecto llamada. Es la razón por la que cada vez más personas abandonan su país para, aun a riesgo de morir en el intento, encontrar un mendrugo de pan que llevarse a la boca. Son personas que prefieren rebuscar en nuestros cubos de basura antes que morir en su patria donde, en muchos casos, no hay ni cubos de basura donde buscar.
Nosotros mientras tanto discutiremos sobre quién tiene la culpa de que vengan a oleadas, levantaremos altísimas alambradas de espino para que queden pinchados en ellas, reforzaremos nuestras fronteras con barcos, los mandaremos de vuelta a casa, a seguir pasando hambre. Parchearemos la situación, pero no haremos nada para evitarlo.
Yo pienso hacer algo.

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